LA ENTRADA TRIUNFAL DE JESÚS EN JERUSALÉN: ¿Por qué lo hizo montado en un burro?

Uno podría haberse hecho esa pregunta cuando había tantas otras maneras de presentarse ante la multitud. En efecto, cuando Jesús entró en Jerusalén, no lo hizo en un carro ni montado en un caballo, sino en un burro ensillado con el manto de otro. De este modo, Jesús envió un mensaje notable a las multitudes que le esperaban. En efecto, cuando Jesús y sus discípulos se acercaban a la ciudad, el Mesías ordenó a dos de sus discípulos que fueran a una aldea (del cual no se dice su nombre) y trajeran un asno “Diciéndoles: Id a la aldea que está enfrente de vosotros, y luego hallaréis una asna atada, y un pollino con ella; desatadla, y traédmelos.” (Mateo 21:2). Jesús también les dice a los dos discípulos cómo deben responder cuando les preguntan por qué llevan el burro (Mateo 21:3). Los dos discípulos hicieron lo que Jesús les ordenó y encontraron el burro a la entrada del pueblo. Un transeúnte (Lucas revela que era el dueño del asno) preguntó, pero los discípulos utilizaron exactamente lo que Jesús había respondido (Lucas 1:16). “El Señor lo necesita.” (Lucas 19:34). El dueño quedó satisfecho con esta respuesta y dejó que los discípulos se llevaran el burro (Marcos 11:6). Pero insistimos ¿por qué Jesús entro a Jerusalén en un burro? Este acontecimiento se suele denominar la entrada triunfal y se asocia a que Jesús es el Rey de los Judíos. Asimismo, su entrada es similar a la coronación de los reyes de la época. En el Antiguo Testamento, el Mesías y la realeza estaban estrechamente vinculados. Sin embargo, Jesús entró en Jerusalén montado en un burro joven, que nadie había montado antes (Lucas 19:30). Se trataba de un espectáculo extraordinario, a diferencia de las procesiones solemnes que solían acompañar a los reyes en aquella época. Este acto fue claramente intencional. El hecho de que Jesús montara en un burro tiene muchos significados divinos. Se pueden mencionar al menos tres elementos importantes. Jesús es un rey: En primer lugar, es importante señalar que en este pasaje Jesús acepta su condición de Rey de los judíos. Jesús vino a Jerusalén, la ciudad de David, la ciudad de los reyes. En la coronación, era costumbre que el rey montara a caballo para distinguirlo del resto del pueblo. Jesús eligió no cualquier burro, sino un burro que nadie había montado antes. Fue maravilloso para Jesús poder montar este asno por primera vez. Era parte del reconocimiento público de Jesús de que era su rey. Jesús vino como un Rey de Paz, pero la imagen de un Jesús como rey vengador tal como aparece en Apocalipsis 19 era probablemente cercana a lo que los judíos esperaban. El caballo era un animal majestuoso y a menudo el vehículo favorito de los reyes. Los caballos eran símbolos de dignidad y poder. También eran animales de guerra. Los reyes montaban a caballo cuando luchaban contra sus enemigos. Los judíos querían un rey conquistador que hiciera retroceder al ejército romano y pusiera a Israel bajo su dominio. Pero el burro que eligió Jesús fue todo lo contrario. Jesús no vino a hacer la guerra contra Roma, como la gente esperaba, sino a traer la paz que el ángel había anunciado en su nacimiento (Lucas 2:14). Esta paz no es una paz entre naciones hostiles. Era la paz entre el pueblo pecador y Dios. Jesús no era el rey que el pueblo quería. Como sabéis, la presión de grupo explota el deseo innato del hombre como ser social de mantener un nivel de respeto y aceptación entre sus compañeros. Es difícil subvertir las expectativas de las masas y restaurar la imagen pública. Aunque la presión de los compañeros y la mentalidad de rebaño son características fuertes, Dios ha declarado claramente que Él no decide lo que está bien o mal por la regla de la mayoría (Deuteronomio 23:2). Las expectativas humanas no hicieron cambiar de opinión a Jesús. Jesús no respondió al deseo desesperado del pueblo de contar con un conquistador militar que se opusiera y finalmente derrocara a los opresores del Imperio Romano. Sólo en el Evangelio de Mateo se menciona que Jesús iba montado en un asno joven cuando entró en Jerusalén. Además, al igual que en los otros Evangelios, Jesús eligió montar en un burro joven en lugar de un asno adulto (Lucas 19:35). Pero, ¿el hecho que montara un burro? La respuesta tiene que ver con el cumplimiento de la profecía mesiánica. El Evangelio de Mateo fue escrito para un público judío y presta especial atención a demostrar que Jesús es el Mesías. En consonancia con el enfoque general de su Evangelio, Mateo se esfuerza por incluir un asno para mostrar que Jesús es el cumplimiento de la profecía mesiánica de Zacarías: “Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna.” (Zacarías 9:9). En la época de Jesús, el trabajo en el campo podía estar asociado a tiempos de paz. Isaías dice a los israelitas “Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra.” (Isaías 2:4). Araban la tierra con animales como burros y bueyes (Isaías 30:24). Israel vivía en la Tierra Prometida que Dios había dado a Abraham por promesa, por lo que la fecundidad de la tierra estaba estrechamente ligada al favor de Dios. Dios dijo que si los israelitas eran obedientes, disfrutarían de la prosperidad de la tierra (Deuteronomio 8:6-9; Deuteronomio 11:13-15). En el Antiguo Testamento, la obediencia a Dios y la paz estaban estrechamente relacionadas (Levítico 26: 3-6). Los burros se asociaban con el trabajo en el campo, lo que puede haber llevado a la asociación de burros en tiempos de paz. Pero en épocas de guerra, los hombres abandonaban los campos para luchar juntos contra los enemigos que querían tomar la Tierra Prometida. En esta oportunidad, los burros no eran muy útiles en el campo de batalla a diferencia de los caballos. Curiosamente, Jesús tuvo varias oportunidades durante su ministerio terrenal para sacrificar la obediencia a su Padre y tomar atajos hacia el trono. Como recordareis, Satanás ofreció a Jesús todos los reinos del mundo a cambio de su adoración (Mateo 4:8-9). En el Evangelio de Juan, los cinco mil a los que Jesús dio de comer pensaban que tenían algo que ganar con él y querían hacerle rey (Juan 6:15). Pilatos dio a Jesús un ultimátum para evitar que lo crucificaran (Juan 19:10-11). Incluso en la cruz, otros se burlaron de Jesús para salvarlo y demostrar que era un rey (Lucas 23:35-39). Jesús pasó por todas estas pruebas en perfecta obediencia al Padre y en fiel sumisión a su voluntad. La entrada de Jesús en Jerusalén montado en un burro también encaja en este amplio relato. Las multitudes se alegraron porque reconocieron a Jesús como rey. Sin embargo, ellos percibieron su condición de rey de una manera diferente. Gritaron “Hosanna” (que significa “salve”), buscando la liberación terrenal de sus enemigos. Le pidieron a Jesús que volviera a hacer de Israel una potencia mundial, como lo había sido en los tiempos del rey David y del rey Salomón. Pero al no optar ese camino, muchos se decepcionaron de Él y no es de sorprender que fueran los mismos que exigiesen a los pocos días su muerte a Pilatos, clamando diabólicamente “que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos” (Mateo 27:25) dejando de ser ese momento el pueblo elegido a uno maldito a los ojos de Dios. “Despreciados por todos al ser considerados con justa razón como los responsables de la muerte de Jesús, deben recibir el castigo merecido por su atroz crimen por los siglos de los siglos”. Así habló el profeta y así debe cumplirse.